El adulto de hoy y la inevitabilidad del caos

Cuando vamos en un tren, y los lugares se encuentran ocupados por las personas, si observás las caras que estos tienen, lo más probable es que verás una indiferencia e incomodidad por el momento presente. Hemos, en nuestra gran mayoría , etiquetado la espontaneidad y la estupefacción como algo infantil. Tanto que los adolescentes se esfuerzan para tener esa actitud madura de estar apagado, de hacerse problemas, para verse cool.

El adulto de nuestra sociedad, del siglo 21, sufre, es superficial y orgulloso. Caminando con su taza de café por el pasillo, mirando a todos con una cara seria, esperando que lo vuelvan a ver tan solo para quitar la mirada, y admirar el «majestuoso» danzar de sus pies y su ropa al reflejo de un vidrio de la oficina mientras camina y actúa como lo que considerar ser un verdadero un humano, uno respetable y con glamour. Más que identificados con la idea de sí mismos, que han forjado con esfuerzo (y con el escape al esfuerzo) todos los días con todas las acciones hechas y todos los pensamientos acerca de tales acciones.

Nosotros los humanos, nacemos cansados y con miedo, y así nos quedamos la mayoría del tiempo. Están quienes lo aceptan, están quienes lo niegan. Los que lo niegan, siguen todas las razones para no sentir ni miedo ni cansancio. Los gobernadores de las grandes legiones de humanos del mundo, como los países, saben bien esto y lo hacen jugar.

La moda funciona así, la cultura se forma así, el pensamiento colectivo de las masas se forma así. Por medio del conocimiento de la fuerza evolutiva. El antídoto al miedo es el valor que da el estatus social, el antídoto al cansancio es el confort.
Te vendo colonia para que tengás más chances de tener pareja y estatus, así como la idea que podrás sentar cabeza al tener la mejor descendencia genética.

En la visión del tren, estás viendo a tus hermanos y hermanas confundidos, solo más miembros de tu especie simplemente que en revoltijos personalizados que ni ellos entienden. Son el producto final de una larga serie de acontecimientos, muchos de los cuales son manipulados. Su corte de pelo, la música que escuchan, lo que comen, como se sientan, como se levantan, como duermen en el sillón del tren, como te vuelven a ver.

Argumentar por cómo debería de ser, no es algo argumentable, porque bien se sabe que más allá del autoconvencimiento y la creencia, está el infinito río omnipresente de la multi-posibilidad. Como se vive y se piensa son dos formas distintas, dos estilos de vida. Se puede ser ambos, así como ninguno. La belleza de la actuación, por ejemplo, es la de romper estas barreras de identificación e ir más allá de sí mismos. Literalmente. Siendo no uno sino todo, el río multi-posible.

Si el adulto de hoy es orgulloso, no solo significa que se agarra a sus propios patrones de reconocimiento para justificar sus acciones y mantenerse cómodo y fuera del peligro, sino, que lo hace sin considerar las probabilidades por afuera de él mismo. El juicio nace aquí, la crítica de los demás hermanos y hermanas y de sí mismos, evaluar la idea del yo del presente y la del yo del pasado, de quién de estos dos es bueno o malo. La ruptura de la hermandad, la desintegración del amor entre las personas.

La sociedad de oro es la idea de que una sociedad se mantenga de la mejor manera, sería, sencillamente, poner a las personas a trabajar en la compasión y la hermandad. Pero, para una persona como vos que leés esto, desear esto te va a poner en la misma situación de orgullo y falta de aceptación de lo que está por fuera de lo que pensás.
El mundo es un multiverso, el mundo es un caos probabilístico, y lo va a ser por siempre, dado a su naturaleza. Nunca existirá algo como una sociedad perfecta. Como el dios católico, habiendo creado unos cuantos arcángeles, uno de ellos decidió algo diferente. Y se desató el caos. Así lo interpreto yo. La inevitabilidad del caos.

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